como entra, sale
Mi memoria es selectiva y pésima. Es estúpidamente selectiva: no recuerdo ningún cumpleaños anterior a los 30 pero sí mi primer razonamiento matemático y la emoción que me produjo; he olvidado las caras y nombres de todos los profesores de inglés que he tenido a lo largo de mi vida —apostaría a que nunca tuve ninguno— pero recuerdo que la profe de francés de 3º de BUP que nos acompañó al intercambio con Annecy sacó en el tren un neceser enorme lleno de cremitas y que su hijo al nacer pesó 5 kilos y 200 gramos. Mi meoria además es pésima porque cuando la he necesitado nunca ha estado ahí. Ni siquiera para las oposiciones o para estudiar Antropología: yo me pegaba una paliza a esquematizar cosas y tratar de relacionar conceptos y buscar reglas mnemotécnicas porque sabía que ella no iba a ser capaz de retener un maldito nombre por sí sola. En parte, por eso hice Matemáticas, parecía que no había que recordar muchas cosas (error) y que todo era puro razonamiento (error doble). Sí, es razonamiento, pero uno razona muchísimo mejor si recuerda los teoremas y las demostraciones que ya ha estudiado. A mí me entraban con alegría y alborozo por una parte del cerebro y salían de puntillas por el otro, las muy hijas del mal. Mi memoria, esa red que debería filtrar lo innecesario y quedarse con las cosas importantes de la vida, me ha fallado siempre.
Por eso, los que tenemos una memoria tan triste y compungida nos recreamos en otras cosas que no la necesiten y a veces hasta la infravaloramos en público cuando en realidad nos sentimos avergonzadísimos de no tenerla. Intentamos tirar de creatividad, improvisación o maña para evitar quedar fatal frente a otros por parecer torpes e ignorantes. A mí me fascina la capacidad que tienen algunos de mis amigos de retener cosas, muchas de las cuales sé que han pasado antes por mis sentidos y me han traspasado como tantas otras. Ayer mismo aprendí un porrón de cosas que hoy ya he olvidado. Sé que si esa esponja llenita de agujeros que tengo ahí dentro de ese enorme cráneo (lo de dentro no, pero mi cráneo es muy grande) hiciera el esfuerzo por retener cosas, ahora recordaría el nombre de algunos pintores japoneses que me gustan y no puedo buscar (porque no recuerdo el nombre), podría leer aquel libro que me recomendaron (de cuyo autor me he olvidado) o, qué demonios, quedaría como una reina en el Trivial. Pero no, cada uno tiene sus taras y una de las mías es esta. La prueba fehaciente que me hizo darme cuenta de mi discapacidad fue "el proceso de romanización" de 3º de BUP, otra de esas anécdotas inútiles que recuerdo en lugar de recordar los motivos por los que se llegó a la paz de Westfalia. En el examen de Historia de España entraba eso, el proceso de romanización, y en los apuntes estaba descrito de forma tan primorosa (todo lo primoroso que puede llegar a estar eso escrito) que yo me propuse memorizarlo. Eran solo dos líneas, podía hacerlo, claro que sí, Lola, tú puedes. Lo memoricé, sí, durante unos minutos. No llegó al examen, claro, y tuve que ponerlo, como siempre, con mis palabras. "Eso es lo bueno, ponerlo con tus palabras", dirán algunos. Ah, no, eso está bien, pero no poder hacer lo otro es un jodido coñazo. |2015-07-22 | 11:54 | lolamentaciones | Este post | | Tweet
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